Accidente fatal en Sumatra
Escrito por Inigo Urdinaga, Publicado en Fuera del libro
Ocurrió un 24 de julio como hoy, en 2011.
Volví al pico y vi que todos estaban mirando hacia tierra. Me dijeron que había desaparecido un tío: «La tabla está en la orilla, pero él no aparece».
Se empezó a acumular gente en la playa y me acerqué. Estaban buscando al chico entre los recovecos del arrecife. Las espumas golpeaban fuerte, no dejaban ver gran cosa y, para cuando se deshacían y empezabas a ver algo, entraba otra espuma arrastrándote. Había que agarrarse fuerte al fondo, y el arrecife dolía, provocando pequeños cortes en las manos. Nadie vio nada y nos fuimos todos retirando a nuestros hostales.
Durante la comida comentaron que el chico había venido con su novia, de viaje de novios o de luna de miel. Que eran de Nueva York y jóvenes.
Algunos conjeturaban que se habría pegado con la cabeza contra el fondo y que perdería así la conciencia; pero entonces, ¿cómo rompieron las olas el invento? No aparecía ningún cuerpo. Lo más probable era que el chico hubiera caído al arrecife, quedándose atrapado en algún agujero, y que luego las olas romperían el invento golpe a golpe, hasta soltar la tabla. Parecía muy difícil, pero ¿cómo pudo suceder si no?
Tras la comida nadie entró al agua, bien por respeto hacia la novia o bien porque nadie quería ser el primero. Y vimos todas las olas de la tarde rompiendo vacías…
Aquello no tenía sentido. Además, si el cuerpo seguía allí, había más posibilidades de encontrarlo estando todos en el agua.
Eso es exactamente lo que nos pidieron a la hora de la cena de parte de la novia del desaparecido: que a la mañana fuéramos a surfear y que tuviéramos los ojos bien abiertos. Al parecer, un equipo de salvamento y militares indonesios venían de camino. Añadieron que la chica estaba demostrando entereza y cabeza fría, ya que daba al novio por ahogado pero quería el cadáver para llevarlo a casa.
Amaneció un día hermoso, como si al mundo no le preocupara nada todo aquello. Nosotros, sin embargo, no pudimos surfear a gusto. El cadáver podría encontrarse allí mismo, bajo nuestros pies, y la chica nos observaba desde la orilla esperando noticias.
No recuerdo bien los detalles de los días siguientes, pero nunca olvidaré aquella sensación extraña y amarga de surfear no pudiendo disfrutar del todo. Cogías una buena ola y no podías saborearla plenamente ni emocionarte demasiado. Fue muy frustrante.
Llegó el helicóptero y realizó innumerables vueltas por la zona. Vinieron también los de salvamento con su zodiac y rastrearon durante todo el día las orillas que los árboles ocultaban al helicóptero. Fue todo en vano.
La mar estaba dejando poco a poco y nos convocaron a todos para la mañana siguiente, a poder ser con gafas de buceo, aletas y guantes. Querían aprovechar la calma y la marea baja para explorar los agujeros del arrecife.
A la mañana conocimos a Raquel. Nos dio las gracias a todos, de parte de sus familias y de la comunidad surfera de Nueva York. Nos dijo que, aunque difícil, podía ser que el cuerpo de su marido estuviera aún allí. Nos rogó que tuviéramos mucho cuidado y que no arriesgásemos.
A pesar de que las olas solo nos llegaban hasta la cintura, no era nada fácil rastrear el fondo entre las espumas. Vimos bastantes agujeros lo suficientemente grandes como para albergar una persona. Me pareció muy factible que alguien pudiera caer en alguno de aquellos, quedándose atrapado sin poder salir.
Raquel estuvo allí con nosotros todo el tiempo. Nadie encontró nada, y al final volvió a darnos las gracias.
El cuerpo apareció cuatro días más tarde, el 28 de julio. Lo encontró un pescador, a unos dos días en coche hacia el norte… Aquello nos trajo alguna paz, pero la realidad era que seguíamos surfeando sobre aquellos agujeros.
Aquel surfista podía haber sido yo. Podría haber sido cualquiera. En el momento del fatal accidente el mar no estaba ni especialmente grande ni violento. Aquel chico solo tuvo mala suerte.
El mar, la vida, continuaban como si nada, absolutamente indiferentes. Sentí con fuerza la cercanía de la vida y de la muerte, de ambas dos a la vez. Y concluí que merece mucho la pena tratar de disfrutar al máximo mientras seguimos vivos.
……………..
Más info que supe después:
. La propia Rachel lo contó así.
. «Long Beach surfer missing in Indonesia«.
. «Missing Long Beach surfer´s body found«.
. «A Year After Untimely Death, Surfer Dan Bobis is Remembered«.
Hola Iñigo!
Me ha dejado una extraña sensación leer estas lineas. La forma en la que has narrado esas angustiosas circunstancias que viviste en primera persona no deja indiferente. Cada vez que leo alguna noticia similar me quedo pensando a veces en detalles como los que has descrito, las personas que esperaban en tierra, las ilusiones rotas, los amigos, la familia, la vida… No me puedo imaginar lo que debieron de ser esos momentos en el agua tratando de buscar el cuerpo del chico.
He leído con detenimiento las entradas del blog de Rachel, es muy duro ese contraste entre la felicidad de compartir viaje y experiencias con la persona amada para luego explicar la tragedia. Supongo que este tipo de cosas nos hacen reflexionar profundamente sobre lo frágil que es nuestra existencia.
Saludos!
Así es, Fran. La muerte cuando toca cerca nos hace ver qué es importante y qué no lo es. Y con eso me quedo.
Gracias por compartir tus sensaciones.